
«Al que ingrato me deja, busco amante; al que amante me sigue, dejo ingrata; constante adoro a quien me maltrata; maltrato a quien mi amor busca constante.» – Sor Juana Inés de la Cruz.
R. es una mujer de 29 años aparentemente realizada. Es profesionista independiente, sin un compromiso familiar, sin presiones económicas y sin embargo, acude a la consulta de psiquiatría. ¿Cuál es el motivo? Esta perdidamente enamorada. Es de esos enamoramientos encantadores y apasionados que quitan el sueño. Piensa todo el día en el afortunado receptor de sus afectos, cualquier detalle se lo trae a la mente.
Todo lo que hace se ajusta para poder pasar mas tiempo con él. Le consigue detalles, le satisface caprichos, le otorga palabras dulces. Abandona proyectos propios, deja obligaciones previas, arriesga oportunidades por este afecto.
Su mayor anhelo es que este amor se consume con un matrimonio. Su mayor temor es que la relación termine.
La cólera más indomable se cierne sobre cualquier mujer que ose posar sus ojos sobre el ser amado. Los más arrebatados desplantes son exhibidos si aquél tiene tratos sospechosos con alguna potencial rival. Es un paraíso. Es un infierno. El motivo por el que R. busca consulta es porque su sentimiento es tan intenso que duele y amenaza. Lo siente muy cercano a la locura.
Si hay en este auditorio alguien que no haya amado nunca, le resultará imposible imaginar la dulce tortura del corazón enamorado. Pero yo imagino que si esta ponencia pudo tener algún poder de convocatoria es porque hay entre el público mas de una persona que se ha visto perdida en esta experiencia furibunda.
El amor apasionado puede ser tan abrumador que colma todos los sentidos. Acapara toda la atención, motiva acciones sin precedentes, crea huellas inolvidables.
Sin duda alguna, es una fuerza que no puede ser despreciada. Y esa fuerza entonces, puede definir la existencia para más de uno. Una fuerza tan abrumadora que anula la razón, la lógica, el sentido común, cuando la persona que recibe este enorme afecto resulta, por cualquier motivo, dañino. Este es el motivo por el cual viene al caso la adicción.
Porque cuando se ama a alguien que padece un trastorno grave de su motivación, como es el caso del «alcoholismo» (dependencia a etanol, que es el término mas correcto en la actualidad), la convivencia tendrá una cantidad de dificultades que en ocasiones hará pensar a la persona enamorada que ha perdido la razón. Esta observación será repetida por los amigos más cercanos, por los familiares, por médicos y especialistas en la salud mental.
En muchas ocasiones habrán de escuchar el reclamo, en distintas formas, pero que sintetizo así: «¿porqué no lo dejas?, ¡no te mereces ese trato!, ¡hay muchos peces en el mar!» y otros tantos por el estilo que ingenuamente señalan las opciones para satisfacer la necesidad de amar y ser amado/a, sin padecer las vicisitudes de la convivencia con un emisor de maltrato.
Repito que con ingenuidad porque todos estos pensamientos ya han cruzado la mente del que padece el enamoramiento, pero sin mayor explicación han sido hechos a un lado.
Las sin razones que se esgrimen serán «¡Porque lo amo!» y no habrá mayor lógica que pueda razonarse. He aquí el parecido con la locura, en que no hay discernimiento que reduzca la conducta a la que el afectado se aferra. Decía Napoleón Bonaparte que el amor «es una tontería hecha por dos». He insistido en que el enamoramiento es parecido a la locura.
Los avances de nuestra ciencia cada día parece ofrecer mayores evidencias de este parentesco. Pero entonces para seguir hablando del amor en estos términos, habría yo de describir con mayor detalle a que le llamo locura. La pérdida de la razón que a la gran mayoría atemoriza, ocurre con gran frecuencia cuando se impone la fantasía generada por nuestro deseo sobre la percepción que estimula en el presente nuestros sentidos. Somos una especie caracterizada por nuestra gran capacidad de predecir el futuro, y de trasmitir lo aprendido por otros en nuestro pasado, pero el costo que pagamos es que en ocasiones vivimos más en función de eso que vivimos en el pasado o lo que anticipamos que suceda, que actuando y reaccionando a la realidad a nuestro alrededor en el presente.
En palabras de Paul Aúguez, moralista francés «el amor es intercambio de dos fantasías y el contacto de dos egoísmos». Así pues, reconociendo el fenómeno en el que se está enamorado de un dependiente a etanol, les invito a explorar que fantasías sostienen la dificultad (o impedimento) para atender a razones que lleven a considerar alternativas de relación. No estoy hablando necesariamente de una separación, sino de una forma de vínculo que este mas caracterizada por el respeto y el cuidado que por el maltrato.
¿Cuáles son las fantasías más frecuentes? Mi experiencia clínica me lleva a la observación de 4 fantasías recurrentes: «Mi amor lo hará cambiar». Pío Baroja, escritor español, dijo: «A una persona que le quiera a uno mucho, ha de ser difícil no corresponderle algo». Quien tiene esta fantasía parece hacer honor a este dicho, pensando que el amor que se le da a alguien es como un crédito que puede posteriormente cobrarse con intereses como hacen los bancos. Es decir, que los sentimientos que uno le tiene a alguien pueden de algún modo obligarle a corresponder en sus acciones. Creer en esta fantasía puede generar una enorme frustración cuando se prueba la falsedad. Tratar de imponer esta fantasía equivale a llevar a cabo chantajes frustrados. La realidad es que lo que se siente individualmente no obliga a nadie a comportarse de ninguna manera. «El matrimonio tiene propiedades mágicas». El caso de J. es que conoció a A. de un modo durante el noviazgo, pero siempre pensó que todo cambiaría una vez que contrajeran nupcias.
Cuando dice que todo cambiaría se refiere a sus gustos, al modo que tiene de ganarse la vida, a la forma en la que usa el tiempo libre, a las amistades que frecuenta, al modo en que trata con su familia, y en el caso que hablamos hoy, a sus hábitos de bebida.
Si bien en algunos casos las presiones naturales de sostener el hogar pueden llevar a muchas personas a un ajuste de sus hábitos (motivo por el cuál mucha gente evade el matrimonio, pero esa es otra charla), el que padece un trastorno mental puede requerir mas de un rito que se realiza en una tarde para dejarlo; y por el contrario, el aumento de presiones y obligaciones puede intensificar la angustia y exacerbar el abuso de cualquier sustancia. Esto lleva a la siguiente fantasía. Que «la carga hace andar al burro», es decir, que lo que hace falta es tener mano dura, imponer un orden tiránico y autoritario para que el sujeto «se porte bien».
En estos casos se asume un rol de fuerza, autoridad y hasta crueldad para someter al sujeto que padece la dependencia a la sustancia. Se le prohíbe, se le insulta, se le maltrata, se le encierra en casa o en anexos, pensando que por aversión se dejará atrás un consumo que ha dejado ya secuelas en el organismo del afectado. En ocasiones se pretende aislar al sujeto de todas las anteriores fuentes de satisfacción, como amistades, familiares y conocidos, pensando que son las «malas compañías» las que generan el mal comportamiento del amado y en consecuencia producen sufrimiento. No se entiende entonces cómo, si uno está actuando de buena fe y con las mejores intenciones, el bien amado responda con tanta rebeldía y hostilidad. Habrá que pedir auxilio a gente fuerte y conocedora que someta este carácter ingobernable. ¿Y el amor? ¡Pues el amor que duela! De este modo llego al último punto.
Con frecuencia se halla cierto alivio en ser la amada novia/esposa/madre abnegada que «carga su cruz» cuidando al alma pendenciera del usuario. No estaría cumpliendo con el que siento que es mi deber si no denunciara esta actitud de víctima, de mártir que sufre por el amor, como una Madre Teresa de Calcuta que afirmaba que había que «amar hasta que te duela. Si te duele es buena señal». Como esperando que derivado de este sufrimiento vendrá una redención en el futuro o en la trascendencia.
Esperando por años el momento en que se le dé la razón, en que los esfuerzos recibirán una recompensa, o peor aún, demandando ser reconocidos por estos sacrificios. Hablo de las demandas a recibir admiración y respeto por haberse mantenido en una relación caracterizada por el sufrimiento y el maltrato. En ocasiones estas «víctimas», con la intención consciente de proteger el patrimonio de los hijos, se acaban haciendo de todos los bienes del matrimonio, haciendo imposible la separación. El creer que uno es víctima de las circunstancias es sumamente tentador, ya que exime de responsabilidad personal sobre las decisiones que se han tomado diariamente a lo largo de años, y crea la ilusión de un otro totalmente malo, victimario, que con su conducta produce sufrimiento.
Si se tienen estas fantasías, aún en conflicto con la realidad y viviendo en constante frustración, ¿para que se mantienen? Una de las ideas que nos da la teoría psicoanalítica es que las fantasías se crean para tolerar la frustración, para defender la mente de la realidad y defenderse de otras fantasías. Una propuesta que les quiero compartir el día de hoy es que aferrarse a fantasías a menudo sirve para evitar enfrentar creencias, recuerdos y experiencias propias que pueden ser muy dolorosas, y no haber sido apropiadamente procesadas.
Es decir, todos podemos tener nuestros propios espectros personales, dolorosos y atemorizantes, y que evitamos aferrándonos a fantasías que temporalmente distraen y alivian, aún a pesar de la frustración que traen como consecuencia. Se cambia un dolor sin nombre por otro que tiene rostro.
Esta conducta persistente de mantenerse en vínculo con sujetos dependientes a sustancias puede tener tantas explicaciones como personas afectadas.
El trabajo en terapia con estas personas revela algunas motivaciones en común. Por ejemplo, se siguen sintiendo responsables de personas menores en edad o circunstancia por haber tenido un rol de «hermanos mayores», sin haberse dado la oportunidad de hacerse responsables de sí con la cabalidad de un adulto.
En otras ocasiones este tipo de vínculo sirve como un modo de explorar vivencias dolorosas nuevamente tratando de «cambiar la historia» que hasta ahora han vivido, como un nuevo intento de comprender la propia infancia.
El hacerse cargo de alguien evidentemente dañado en su desarrollo emocional le sirve a algunas personas para reparar la imagen de sí mismas. Finalmente, para algunas personas que se vieron excluidas de protección o privilegios por sexismo, este tipo de vínculo proporciona un modo de obtener un liderazgo familiar que se ha deseado desde mucho tiempo atrás. Una forma en que se superan estas fantasías que sostienen los romances con dependientes a sustancias es el estudio de las creencias que yacen ocultas y determinan la actitud con que se enfrentan las frustraciones constantes de la vida cotidiana.
Estas creencias tienen su origen en las problemáticas infancias que tienen muchas de estas personas, en las que frecuentemente hubo a su vez padres con «alcoholismo» y/o depresión, cuidado insuficiente, abuso físico, verbal, psicológico o sexual.
Un tipo de tratamiento que ha tenido éxito comprobado es el estudio de las «estrategias de afrontamiento» ante las frustraciones de la vida cotidiana, renunciando a modos de actuar que pretenden modificar el comportamiento del otro sacrificando el bienestar personal.
Siempre puede resultar tentador no hacer nada, es decir, seguir el camino de «malo por conocido» en vez de «bueno por conocer». Sin embargo, hemos observado con frecuencia la desafortunada cascada de consecuencias que tiene el seguir la inercia. Esto es, que la vida siga siendo exageradamente frustrante y sin capacidad de gozo, lo cual conduce a un estado de depresión y ansiedad dañino de manera global a la salud.
Si nos preocupa el bienestar de la familia enfrentamos la contradicción de que, para evitar una crisis por separación, se paga el costo de una «crisis» constante de inestabilidad económica, violencia, enfermedad y comunicación contradictoria hacia el interior de la familia.
El tener a uno de los cuidadores dedicado a mantener a flote a otro que depende de sustancias, sin recibir tratamiento, expone a los hijos pequeños a ser víctimas de maltrato y/o abuso, por extraños y en dramáticas ocasiones por familiares y allegados a estas familias. No es raro que uno de los progenitores encargue a uno de los hijos, aún siendo menor de edad y con poca experiencia, la responsabilidad de cuidar y resolver dificultades de hermanos más pequeños, a cambio de un reconocimiento que jamás es suficientemente bueno, sembrando el mensaje de que ese rol de cuidador es el motivo de estar vivo, y en última instancia trasmitiendo el mensaje de nunca ser suficientemente bueno ni merecedor de cuidados y afectos satisfactorios. ¿Qué hacer entonces? A modo de conclusión, es necesario despertar de estas fantasías que se sostienen y empezar a reaccionar a la realidad que se presenta frente a nuestros ojos aquí y ahora en el presente.
El verdadero amor tiene que ver con la aceptación del otro tal y cómo es, y si uno ha estado distorsionando la percepción que tiene de la pareja cabría el cuestionamiento ¿En realidad le haz visto? ¿En realidad le conoces? ¿Le aceptas? O será acaso que le estas usando como una fuga a tus propios espectros.
Si es así, deja de correr y enfréntalos. Si necesitas ayuda, búscala. No hay realidad más terrible a aquello que haz imaginado hasta ahora. Lo peor ya pasó. Hazte cargo de tu vida y deja por un momento de hacerte cargo de la de los demás. Dale palabras a ese dolor, y deja de recrearlo con actos y dramas que sólo perpetúan esta historia.
Le renuncia a la omnipotencia, a la negación, a la proyección en el otro, si bien frustrante y dolorosa al principio, trae una recompensa mas tangible, la de efectivamente empezar a vivir la propia vida, y a amar mejor. «Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos; pero si os amáis de una manera mezquina, pueril y tímida, así amaréis al prójimo de la misma manera» – Maurice Maeterlinck «El dejar de querer mal es un inicio para querer bien» – Alonso de Ercilla y Zúñiga